El patrimoni esborrat. Barri d'Obradors de Manises o la crònica d'una fatalitat

2012. Prólogo de Gil-Manuel Hernández. Epílogo de Román de la Calle, 98 pp.

Los últimos años, el País Valenciano ha visto como su patrimonio cultural ha sido desprotegido en muchos ámbitos y en muchos casos ha sufrido agresiones y destrucciones en un camino sin retorno, es decir sin posibilidades de recuperación. Un buen ejemplo de esta mala política hacia la conservación de un patrimonio valioso es el caso del Barrio de Obradores de Manises, desgraciadamente desaparecido como resultado de una de las principales amenazas modernas al patrimonio: la de la creencia que el progreso avanza de la mano del urbanismo depredador. La obra de Rafael Requena resulta contundentemente aclaratoria y ejemplificadora: es la crónica de una destrucción del patrimonio histórico industrial que atrapa al lector desde la primera página y que consigue transmitir una creciente inquietud que se sabe que finalmente dará paso al relato de una derrota que se podría haber evitado. Y es perfectamente ilustrativa de lo que ha significado el intenso ciclo de expansión económica inmobiliaria en el País Valenciano (1995-2007) para la destrucción del patrimonio cultural. El caso del Barrio de Obradores de Manises demuestra que si la voluntad de los políticos con poder coincide con las ansias depredadoras de los dueños del ladrillo y el cemento, el riesgo para el patrimonio se incrementa exponencialmente. Cuando esta alianza es firme, y se apoya en mayorías absolutas, como en el caso de Manises, el peligro es alto y todo un barrio testimonio de la actividad cerámica histórica ha acabado convertido en un inmenso solar. Pero el problema no desaparece, porque ahora estamos delante de un yacimiento arqueológico y en un contexto de crisis que ha parado los proyectos depredadores. Y lo más preocupante es el hecho de que muy poco se puede hacer cuando una gran parte de la ciudadanía cae en la trampa de los especuladores y de una manera conformista, si no sumisa con las manipulaciones oficiales, descuida su legado común y se comporta con absoluta inconsciencia. La responsabilidad de la destrucción del patrimonio, pues, está bien repartida.