978-84-16260-06-5
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En el horizonte de la historia ibérica. Pueblos, tierras, soberanías (siglos V-XV)
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La irregular romanización de la península Ibérica ante el perseverante arraigo de las formas más recalcitrantes de indigenismo se acentuó más a raíz del proceso de fragmentación regional y germánica de la última Antigüedad, mientras que la época de los visigodos solo introdujo una pátina de homologación cultural entre las élites dirigentes, gracias a la acción de los obispados, concilios y monasterios. La conquista islámica disolvió aquellos fundamentos débiles y dirigió a los pueblos y territorios hispánicos bajo una nueva órbita, mucho más propensa a Oriente que a las transformaciones sociales iniciadas en la Europa de la alta Edad Media. Esta situación de hegemonía andaluza dio lugar a un efecto inesperado con el nacimiento de los primeros núcleos montañosos de resistencia. Después, la decadencia interna del califato de Córdoba favoreció el desarrollo de aquella heterogeneidad de reinos y condados bajo las diversas formas del feudalismo, que con una vocación guerrera y expansiva hicieron crecer un control territorial privativo sobre un al-Ándalus retráctil, a pesar de la recepción continua de nuevos contingentes norteafricanos. El resultado fue la eclosión de una cantera de reinos cristianos que rivalizaron entre ellos para conseguir el predominio peninsular, haciendo posible la ignición desde el siglo XIII de un conjunto muy diferenciado de pueblos, territorios y soberanías, que a pesar del proceso de acercamiento dinástico encabezado por las respectivas monarquías no se ahorró el respecto a las identidades políticas y jurídicas vigentes, las cuales aumentaron en los siglos XIV y XV. La organización de las sociedades políticas de los reinos, con las cortes, juntas, hermandades, uniones, diputaciones y generalidades, pero también con lugartenencias, gobernaciones y audiencias reales individualizadas, acabaron de dibujar unas formas de gobierno propias en cada espacio del complejo mosaico ibérico. De hecho, los Reyes Católicos, mediante la unión de las coronas de Castilla y Aragón, reconocieron aquella herencia tan carismática de la Edad Media que significa aún hoy el origen más remoto de las muchas identidades hispánicas.
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