La tertúlia de Joan Fuster

2012, 60 pp.

La primera vez que vi a Fuster fue en una tertulia que tenía lugar en el Hogar Juvenil del sindicato de estudiantes, que estaba en la calle de la Pau. Fuster, que estaba sentado en el lado opuesto a la entrada, mantenía desplegado Le Figaro Littéraire e iba haciendo comentarios ingeniosos y divertidos sobre el contenido del suplemento. Hacía poco tiempo que Iborra había escrito para Claustro una reseña del poemario Ales o mans. Fuster, altísimo, magro —magro de esqueleto fuerte—, con gafas de miope, la nariz prominente y curvado sobre un bigote fino, los cabellos peinados hacia atrás, untados de brillantina, se acercó al cabo de un rato… ¿Qué público había, antes de la irrupción de Fuster, para el libro culto escrito en vernáculo en el País Valencià? ¿Qué difusión había obtenido entre los valencianos la conciencia de la catalanidad? Fuster, como escritor en catalán en el País Valencià, fue de una eficacia sorprendente. Creó un público para sus libros, y para el libro catalán en general, a partir de la nada. Ni tan solo pudo partir de la base de los cuatro gatos del valencianismo de la posguerra, porque estos cuatro gatos fueron, precisamente, de una ineficacia exasperante.